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Desde que esta nación se fundara, todos nuestros antepasados han nacido, crecido y yacido en el mismo pedazo de tierra que habitaban, labraban y cosechaban. Sin excepción, todos nuestros predecesores han vivido, como el grueso de la población española, un poco más allá o un poco más acá del umbral de la pobreza.
A medida que la cruz hacía retroceder a la media luna, nuestros ancestros iban migrando al sur. Mas todo esto es de suponer pues nada hay escrito de nadie de los nuestros, que, como labriegos y campesinos, jamás destacaron en cosa que pudiera ser recogida históricamente.
Absolutamente todas las generaciones de nuestro linaje han tenido que salir adelante sin el auxilio de la anterior generación, y de la misma manera, éstas tampoco han podido ofrecer mayor auxilio a la siguiente.
Hemos vivido en una región por siglos decadente de un país por siglos igualmente decadente. España ha estado en recesión desde el hundimiento de la Grande y Felicísima Armada hasta bien entrado el siglo XX. Andalucía, por su parte, dada su difícil comunicación con el resto de la nación por su geografía, y tras el colapso del imperio colonial a finales del XVII, con diferencia ha sido la región española más iletrada y menos desarrollada.
Seguramente muchos de los nuestros marcharon a América (pues nuestros apellidos abundan allí) o algunos pudieron alcanzar un mejorado nivel de vida como artesanos, pero al menos en la estricta línea de nuestra actual familia, ello no ha repercutido en nada. Esta situación se ha mantenido estática durante siglos, y así continuaba bien entrado el siglo XX.
Pero desde mediados del siglo XX, nuestra familia ha tenido un crecimiento económico exponencial, ha desarrollado una calidad de vida inigualable, y ha llegado a posicionarse en un umbral modestamente más acomodado que el de sus vecinos.
Todo ello gracias al duro trabajo, la buena administración, la austeridad de vida, la emigración y el buen juicio inversor de tres generaciones seguidas volcadas en dar un mayor bienestar a la generación siguiente.
Para trazar la sucesión, vamos a centrarnos en la línea paterna, pero ello sin menoscabo de prestar atención también a las líneas maternas que, en cada generación, incorporan su linaje.
Viendo la procedencia de nuestra familia, podemos concretar que Montejaque, municipio de la serranía de Ronda, en la provincia de Málaga, es el punto de origen de nuestra familia. Este municipio de apenas un millar de habitantes , fue uno de los focos de la rebelión de los moriscos entre 1509 y 1514. Fue repoblado con cristianos viejos de Málaga, que ya había sido repoblada por completo entre 1487 y 1492 con aragoneses y castellanos del norte de España.
Es imposible saber en qué momento de la historia hubiera llegado allí algún antepasado nuestro, ni de dónde procediera. Desgraciadamente los archivos parroquiales y civiles de Montejaque fueron quemados en la Guerra Civil, y es imposible indagar más allá de adonde alcanza la memoria de nuestros ancianos.
El único rastro que podemos indagar de nuestra ancestría es por medio de la heráldica. Así, según Fernando González-Doria, el apellido Calle se originó en el valle de Toranzo, del partido judicial de Potes (Santander). Se extendieron sus ramas por esta provincia y las de Burgos y Logroño. Otras pasaron a Andalucía y a Colombia. Ya en 1608, un tal Diego de la Calle Mier y Espina, vecino de Laredo, probó hidalguía en la Real Chancillería de Valladolid.

La familia es la primera y principal fuente de moralidad y transmisión de conocimeinto, y por lo tanto, éstas están llamadas a constituirse como vaso consignatario de valores, que sepa llevar más allá de las generaciones el hueso profundo y vertebrador de nuestra forma de ser y de concebir el mundo. Nuestra familia, consciente de su propia importancia y misión, desea y necesita la colaboración de cada uno de sus miembros para llevar a cabo la vocación colectiva a la que está llamada, para mayor gloria de Jesucristo.

El pluralismo existente en nuestros tiempos, con sus múltiples concepciones del hombre, de la vida y del mundo, provoca una evidente diversidad de propuestas de vida. Esto hace necesario que las diversas concepciones del ser humano definan y expresen claramente los rasgos que configuran la propia visión de la existencia. En virtud de ello, ofrecemos nuestra propuesta, que dimana de la concepción cristiana del hombre.

La familia es, ciertamente, la institución natural más antigua que existe; desde los primeros hombres, la supervivencia ha sido tanto más segura cuanto más fecundas y fluidas eran las relaciones entre sus miembros.
Es tal la importancia de la institución familiar, que nos parece de supina importancia su protección y blindaje ante cada vez más amenazas que dañan su integridad. Y a la vez, nos sorprende la falta de recursos jurídicos para su reconocimiento y amparo, y la cada vez mayor falta de estima institucional y en general en la sociedad civil.
Convencidos de que gran parte de los males que acechan nuestro tiempo podrían atajarse haciendo de las familias un baluarte firme para la promoción tanto individual como colectiva, hemos puesto todos nuestros esfuerzos en consolidar en nuestra familia los principios de los que esperamos la hagan progresar en todos los aspectos posibles.

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